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Este pasado sábado, 27 de septiembre, en el Convento francicano de Herbón se celebró la jornada INTERFRANCISCANA. Al filo de la hora programada, la Iglesia del Convento de Herbón ya bullía de voces y saludos. Más de 150 hermanas y hermanos de la familia franciscana —con la Orden Franciscana Seglar (OFS) especialmente volcada en la organización— llenaron los bancos en actitud de comunidad viva y puntualidad evangélica. Bajo el cobijo de los muros centenarios, la mañana se abrió con una plegaria que encendió el espíritu de fraternidad y preparó el corazón para la reflexión.
Acto seguido, fray Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger, tomó la palabra para ofrecer una lección profundamente didáctica sobre el carisma franciscano. Su intervención, estructurada en cinco grandes ejes, trazó el itinerario interior y social que Francisco de Asís nos legó para hoy:
- Francisco de todos
Agrelo recordó cómo Francisco eligió la pobreza como “esposa” y vivió sin ataduras de poder, abrazando a clérigos y laicos, reyes y mendigos, sanos y enfermos, con la misma ternura evangélica. Frente a toda forma de exclusión, su vida es un anticipo del Reino donde el sol sale para malos y buenos y la lluvia refresca justos e injustos. - Hermano, siervo y súbdito
Frente a la sospecha moderna de la obediencia, Francisco prescribió la obediencia como hermana gemela de la caridad. Su servidumbre a todos —reyes y leprosos por igual— revela que la verdadera libertad se conquista renunciando al dominio. El franciscano, explicó Agrelo, no se convierte en esclavo, sino en “libre para amar y servir”. - En camino
Francisco se hizo “hombre de los caminos”. Más allá de la pobreza, su itinerancia fue un acto pedagógico: se internó con los leprosos, lavó sus úlceras y transformó la amargura en dulzura. La misión de caminar recordó el ponente, no es huida del mundo, sino encuentro constante con los más frágiles. - En misión
Desde su conversión, Francisco se definió “pregonero del gran Rey”. Su evangelización brotó de la gratuidad de la llamada divina y del testimonio de vida. Agrelo subrayó la urgencia de proclamar la Buena Nueva sin adulterar la palabra del Señor: solo desde la conciencia de enviados podremos evitar la manipulación del lenguaje. - En oración
La ruta externa de fraternidad y servicio necesita el alma de la oración. El arzobispo emérito evocó las Alabanzas al Dios Altísimo y la oración ante el Crucifijo de San Damián como escuelas de fe, esperanza y caridad. Allí Francisco aprendió a contemplar la Palabra y a sostener, en el silencio y la alabanza, la fuerza para anunciar la salvación.

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Con esta síntesis, fray Santiago Agrelo iluminó el rostro múltiple de Francisco: hermano universal, discípulo obediente, peregrino, misionero y contemplativo. Su testimonio caló hondo en cada asistente y puso de relieve que el carisma franciscano no es reliquia del pasado, sino fuerza vital para volver a encender, hoy, la llama de la fraternidad evangélica.
Tras el estruendoso aplauso a Monseñor Agrelo y con la fraternidad de Avilés ya acomodada entre nosotros, fray Juan Manuel Buján, ministro provincial de la OFM de Santiago de Compostela, tomó la palabra con su inconfundible retranca gallega para tejer historia y presente en un solo hilo.

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Con mordaz simpatía, Buján nos remontó al año 1396, cuando fray Gonzalo Marino y fray Pedro Nemanco sentaron las primeras piedras del Convento de San Antonio de Herbón, donando bosque, huerta y fuentes ribereñas para fundar un espacio dedicado a la más estricta observancia franciscana. A partir de ahí, describió cómo aquellas rudimentarias celdas dejaron paso a un núcleo de formación y vida comunitaria que hoy sigue latiendo con fuerza.
Recorrió a grandes rasgos el despliegue de la Orden por toda Galicia y la actual provincia eclesiástica de Santiago: desde los primitivos conventos rurales hasta la articulación definitiva de una red de fraternidades que, como ramas de un mismo tronco, mantienen viva la tradición franciscana en cada villa y ciudad.
No faltó su guiño al centenario del Seminario Franciscano de Herbón, inaugurado en 1891 como semillero de vocaciones, donde miles de alumnos forjaron su fe y su espíritu hasta su clausura de las aulas en 1992, dejando un legado educativo único en Galicia.
Con tino resumió el valor patrimonial de retablos barrocos, tallas rococós y neoclásicas, el órgano dieciochesco y el claustro renacentista que convierten al convento en un museo vivo de arte sacro diseñado para el recogimiento y la admiración.
Recordó también la distinción de Bien de Interés Cultural que ampara cada piedra del recinto y señaló la majestuosa palmera datilera, incluida en el Catálogo de Árbores Senlleiras de Galicia, como testigo vegetal de siglos de silencio y oración.
Finalmente, evocó con cariño al Pemento de Herbón, fruto evolutivo de aquella semilla traída desde México, símbolo humilde y sabroso de la capacidad franciscana de sembrar fraternidad más allá de cualquier frontera.
Tras un breve descanso, los participantes se dispersaron por los claustros y el Museo del Convento, donde recorrieron con curiosidad esta dependencia de arte sacro. Unos optaron por animadas charlas en la zona exterior, otros prefirieron el sosiego de los pasillos de piedra y el silencio de las dependencias interiores. A la hora señalada, regresaron puntuales a la Iglesia, el rostro aún iluminado por el frescor del paseo y el asombro ante los tesoros patrimoniales del recinto.
La Eucaristía, concelebrada por un nutrido grupo de religiosos bajo la presidencia de Monseñor Agrelo, se desplegó como un acto solemne y cálido al mismo tiempo. Un gran coro de cien voces, los asistentes, guiado por un reducido grupo de cantores que marcaban el pulso al compás de una guitarra, envolvió la nave central en armonías que fundían lo antiguo con lo vivo. En el atril subieron a leer un nutrido grupo de personas, cada uno aportando un matiz propio al mosaico litúrgico, y las ofrendas—símbolos traídos por las fraternidades OFS—desplegaron la sencillez y la abundancia franciscana.
A lo largo de la celebración resonó una y otra vez el Cántico de las Criaturas, recordándonos que celebrábamos el octavo centenario de su origen. Las estrofas compartidas al unísono sellaron el vínculo entre el pasado y nuestro presente, y dieron ritmo a cada gesto de adoración y de fraternidad.

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Concluida la Misa, el centenar y medio de asistentes se dirigió al comedor principal, antes salón de los antiguos alumnos del Seminario. Allí, entre viandas generosas y mesas dispuestas al estilo de la antigua comunidad educativa, se dio paso al banquete fraterno. La comida se prolongó entre sonrisas, intercambios de impresiones y conversaciones espontáneas, culminando una jornada valorada unánimemente por su capacidad de fortalecer la interrelación como auténtico valor de la familia franciscana, heredera religiosa del espíritu de San Francisco de Asís.
