En el reencuentro anual de los antiguos alumnos del Seminario Franciscano de Herbón, la memoria de Fray Raúl Pampín ocupó un lugar central. Su figura, sinónimo de un servicio tan eficiente como callado, fue honrada para agradecer la labor fundamental que desempeñó gestionando la cocina de la institución. Una fotografía con un mensaje significativo presidió la eucaristía y, ahora colgada en la pared, mantendrá vivo su recuerdo en el comedor principal del Convento.
Se recordó que en el corazón del Convento de Herbón, Fray Raúl Pampín trabajó de forma incansable. Su escenario era la cocina, donde, entre el golpeteo de cacerolas y el murmullo de los jóvenes seminaristas, vivía su vocación franciscana con una entrega absoluta. No buscaba protagonismo; su misión era otra: nutrir el cuerpo y el alma de la comunidad.
Durante la homilía, fray Juan M. Buján, ministro provincial franciscano, evocó su figura con estas palabras:
“¿Cómo llegó aquí el bueno de Raúl? Pues, como todos nosotros, era un chico de 19 años, nacido en 1927. Se acercó al convento, seguramente porque en la zona de nacimiento había una presencia franciscana muy importante. El testimonio y la vida de aquellos frailes influyeron en Raúl, quien decidió seguir el camino franciscano. Eligió ser fraile y dedicó toda su vida a esta vocación. En 1946, comenzó aquí su carrera y, a partir de ese momento, salvo un breve período en otro convento, su vida transcurrió entre la enseñanza y las actividades del Convento de Herbón. Aquí, bajo la campana histórica de este convento, trabajaba arduamente, a veces enfrentando dificultades, pero siempre con la ayuda y el apoyo de los alumnos del seminario a los que nunca le faltó comida a su tiempo, gracias a su esfuerzo. En la iglesia, aunque no se le veía mucho, su lugar de oración estaba en una pequeña capilla. Pasaba desapercibido, callado, pero siempre presente. Este es el legado básico que quiero compartir.”
Si. Eso fue así. Cada jornada para Fray Raúl comenzaba antes del alba, preparando el desayuno para los casi 180 alumnos y miembros de la comunidad. Su labor no se limitaba a alimentar cuerpos; era una forma de cuidar almas, un gesto de ternura servido en cada plato. Su obediencia era serena, y su servicio humilde, una oración viva.
Conversaba con los seminaristas siempre que podía, interesándose por sus estudios y sus familias. Tenía el don de acoger y encontraba maneras sencillas de alegrarles el día, ya fuera con un café más generoso en una fiesta o con un guiño cómplice. Su trato fraterno traspasaba los muros del convento, alcanzando a la mandadera, al zapatero y a las lavanderas, pues, como San Francisco, sabía ver la dignidad en cada tarea. Supo adaptarse a los tiempos modernos: modernizó la cocina y aprendió a conducir para servir mejor.
Fray Raúl no solo cocinaba; cultivaba comunidad. Entre cucharones y cazuelas, practicaba la misericordia y el cuidado de los más frágiles, convirtiendo su vida en un banquete franciscano donde la generosidad y la paz eran los ingredientes principales. El secreto de su legado es que en cada plato ponía una pizca de su propia alma. Y esa sazón, la del cariño silencioso y constante, sigue alimentando el recuerdo de quienes compartieron mesa con él.
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En el almuerzo de fraternidad que siguió a la solemne Asamblea General de ASAFA, la asociación sociocultural de los antiguos alumnos, y a la celebración eucarística engalanada por las voces vibrantes de la Schola Cantorum Hebonensis, al compás de las teclas pulsadas por Fray Alfredo Vega, uno de los postres —preparado con el mismo esmero, fidelidad y “estricto rigor” que Fray Raúl imprimía a sus recetas— devolvió a los presentes, como un eco dulce y persistente, el sabor de los tiempos compartidos y de la fraternidad forjada en los claustros y cocinas del Convento de Herbón, complemento perfecto para sumar felicitación por su cumpleaños al Padre Lista, compañero impulsor de los encuentros anuales.
Fue más que un bocado: una metáfora tangible de un nuevo encuentro que, como recordaba la botella conmemorativa que Rogelio “Escaleira” entregó a cada asistente, celebra ya veinticuatro años de andadura ininterrumpida. Ese gesto, cargado de memoria y afecto, se proyecta ahora hacia el futuro con la vocación de continuidad que anima a esta hermandad a afrontar un reto singular: conmemorar, el próximo año, el 800º aniversario de la Pascua de San Francisco de Asís, y, poco después, el Xacobeo 2027. Dos citas que, como faros en el horizonte, invitan a renovar el compromiso de seguir encontrándose, celebrando y sirviendo, con la misma entrega humilde y luminosa que Fray Raúl encarnó toda su vida.